miércoles, 3 de marzo de 2010

CANCIÓN



Tomas la aguja con la mano derecha y con la otra, maquinalmente, haces un lazo y aprietas el extremo del cordón con los dientes. El brazo se hincha y enrojece y las venas se marcan erectas sobre la piel. El mismo cuerpo te indica cual es la que debes pinchar, la más fuerte y ancha. Palpas el lugar señalado e introduces el acero lentamente. Jamás has fallado, siempre pinchas en sangre. Luego empujas el embolo y una pequeña gota de sangre sale del agujero y se derrama sobre el suelo, brillando. La heroína es seis veces más fuerte que la morfina.
Muerdes el cordón y tiras de él con fuerza mientras el líquido se precipita por la vena aspirado por la sangre y parece que todo el cuerpo se estuviese vaciando a través del agujero. Siempre estás sediento. En el cuentagotas queda una fina capa de sangre y tiras de la jeringa hacia atrás, con cuidado. En el silencio puedes oír el sonido succionador que hace la aguja al abandonar el brazo.
Te sientes igual que un trapecista, asentado más allá del tiempo y del espacio, solo sobre tu alambre y sonríes al espectador que te mira desde abajo, que eyacula varias veces en un sombrero de copa iridiscente. Estás mejor que muerto, como dice el profeta. No hay placer corporal, el picotazo ni siquiera se parece a un orgasmo, más bien a cincuenta shocks que vapulean todas tus zonas erógenas en un explosión verde. Un pájaro aletea atrapado. Los coños de todas las mujeres del mundo brillan con luces de neón –verde, roja, azul, naranja- y son como la hierba en primavera. Las contracciones se hacen más largas y empujas los árboles ladera abajo. Eres un fantasma que huye de la criatura y te escondes en la tierra camuflándote entre las flores blancas.
Pero de repente toda esa tierra putrefacta se recoge en una enorme ola y se precipita sobre ti y te pasa por encima y el mundo se vacía en la inmensidad del tiempo mientras tú te quedas tendido contemplando una noche sin estrellas. Todo se tensa, todo se extiende hacia fuera y el esperma mancha tus pantalones y de tu boca sin dientes cae el veneno blanco. El corazón palpita como una máquina de escribir vieja y cada latido empuja la sangre más y más dentro. Las caderas se contraen y con ojos de pez muerto miras a la oscuridad y se te presenta a la vista la vena destrozada (quizá fuese la última) y en cada pupila brilla la llamarada roja del mechero de gas oculto tras un velo. Se suceden explosiones blancas dentro de tu cabeza y saboreas el viento en tu lengua tumefacta mientras los ojos convergen hacia un torbellino negro.
Has atravesado todo el universo con la misma inocencia que un niño salta una valla y entra en el jardín prohibido. Y todo se está acabando, muy despacio. Dentro de diez minutos querrás otro picotazo… recorrerás la ciudad en busca de otro picotazo… harás lo que sea por otro picotazo. Fundido en negro muy despacio. El camino es largo pero ya se presiente el final.
Un último picotazo –la cura mañana.

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